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CRÓNICA DE UNA MONTAÑERA INOCENTE. Por Geli Blanco.

“Quien ha escuchado alguna vez la voz de las montañas, nunca la podrá olvidar”. Proverbio tibetano.

Dicen que la montaña posee la vida concentrada, quizá por eso te sientes más viva allá arriba. Allí la altura parece incitar a la naturaleza a una vida más ardiente y con más vivos contrastes, en estos altos balcones, preserva el espectáculo de una tierra menos domesticada que la de los valles, y tal vez por eso, te sientes liberada de todo aquello que te oprime en la llanura. Rebelde y provocadora, a la montaña le concedes un esfuerzo físico que a veces logras penetrar en su interior, regalándote su esencia.
Hace ya algún tiempo, que por circunstancias de la vida, de esas que filosofea Ortega y Gasset, solo visito la montaña con pequeñas incursiones, principalmente en verano. Dado el periplo que voy a relatar, estas cortas visitas resultan bastante limitadas y me hacen reírme de mi misma; afortunadamente, siempre he tenido capacidad de hacer esto último, reírse de uno mismo es un ejercicio muy enriquecedor, te obliga a rendirte a la realidad aunque no la quieras ver, te coloca en el sitio que te corresponde y además lo pasas muy bien.
Cuando semi-abandonas la montaña, ese vínculo intenso que te mantiene a su lado se va deteriorando, y la montaña deja de abrazarte, te pierde en el camino y te da la espalda. No obstante, no todo es irremediable. Si en el camino te encuentras con el equipo humano del Club de Montaña Teleno, la montaña te da un respiro, se muestra más amable y perdona tus pecados más oscuros. La verdadera razón de estas letras responde a este equipo, al cual, mi más profundo agradecimiento se queda corto, ante los cuidados y ayuda que me brindaron.
Asun es la presidenta del Club, querida compañera desde hace 16 años, que tras una llamada me acepto como animal de compañía.
Comenzamos a caminar en Torrebarrio, la larga subida hacia la base de las Ubiñas es un precalentamiento duro, agotador y muy esclarecedor de lo que iba a deparar el día; las muchas paradas que obligaba mi ritmo y regular condición física, ya iban describiendo mi denominación de “paquete”. Esta condición, creo que ya la traía asumida de casa, lo que aún no había asumido era el miedo y el consecuente retraso del grupo. Sus largas esperas contrastaban con mis cortos respiros. Siempre subiendo (la montaña es lo que tiene) aunque a veces bajas para volver a subir, llegamos a una ladera con unas vistas excepcionales. Miguel dijo: ¿Ves aquel nevero? Cuando lleguemos allí está hecho. Yo mire hacia arriba y lo que a él le parecía un nevero que estaba a 800 m. de subida, a mi me parecía que estaba a 8.000 m. Todo son puntos de vista, y el mío era una vertical de 90º inaccesible y repleta de piedras resbaladizas; mi reflexión fue: “Que manía tienen estos montañeros de altas cumbres, de subir por donde nadie sube”. Comencé a subir confiada y esperanzada de no ser una carga, pero mi ignorancia confirmo que no fue así. Domingo acompañaba mi paso lento y nervioso, mire hacia arriba  y vi 9 figuras de colores sentadas cerca del nevero, disfrutando del paisaje; la distancia no me permitía dibujar sus rostros y tampoco me pare a analizar sobre que versaban sus conversaciones, mi pensamiento se limitaba a constatar mi palurdez. Creo que mi moral ya se había quedado en alguna piedra del camino, el miedo bloqueaba todos los músculos de mi cuerpo, pero una mirada hacia abajo me obligó a seguir; en pocos minutos bajo Miguel al rescate y consiguió que llegara al punto de encuentro. Puestos de nuevo en marcha, Juan Carlos decidió sacar el arnés, inocente de mí, le pregunté: ¿Tú crees que es necesario? Y con un “Si” rotundo contestó, es para lo que está; solo le falto decir: “Lo traje porque venías tú”. Colocamos el arnés al tiempo que me ataba, y atada quedé hasta que considero oportuno soltarme. Me sentí la persona más vulnerable del mundo, pero no me importó, mis nervios poco a poco cesaron y comencé a disfrutar incluso de los pasos peligrosos, y estos fueron varios y diversos. Sus indicaciones, el regaliz que le compro su hija y las barritas energéticasconsiguieron la seguridad y energía que me habían abandonado. La niebla y pequeñas rachas de lloviznas nos perseguían cada cierto tiempo y cuando llegamos al Fontan Norte (2414m) se hacía imposible visibilizar algo más allá de nosotros mismos. La espectacular paisajística de toda la cordillera la tuvimos que imaginar, pero en las distancias cortas es donde contemplas los rostros de satisfacción, armonía y júbilo que caracterizaban a mis compañeros ( “mis” es un elogio para mi persona que me autoregalo). Desandamos un tramo del camino para resguardarnos del viento y hacer una breve pausa para comer. Dadas las adversas condiciones climáticas, los planes habían cambiado, ya que la ruta prevista era inviable, pero estos montañeros siempre tienen una alternativa. Las circunstancias no eran nada alentadoras, pero entre risas, bromas y una tranquilidad pasmosa, decidieron bajar por la Hoya del Paso del Siete y el Portillín completamente nevados. Yo mire hacia abajo y la niebla impedía ver el vacío, pero la pendiente prometía grave peligro; me encomendé a la providencia y pensé para mis adentros “Esta peña está loca y nadie se lo ha diagnosticado”. Juan Carlos dijo: “bajaremos resbalando” ¿queeeeeeeeeeeé? Dije yo. Efectivamente, así fue un tramo hasta que se me incapacitó una mano por el hielo y cambió de técnica. El piolet y su maestría consiguieron que no dejara de respirar. Llegamos a la base de la pared nevada provocando al trepe, Miguel en cabeza, dibujo una escalera y todos en fila seguimos su mágica huella. Nos encontrábamos a unos 300m. de subida de la Ubiñagrande, pero subir para no ver nada no tenía mucho sentido; esta decisión me reconfortó bastante, el cansancio comenzaba a florecer o quizás el miedo había desaparecido. En este punto, Juan Carlos decidiódesatarme  y sorprendentemente conseguí bajar un nevero yo sola. Por fin vimos el refugio de Meicín, pero largo trecho quedaba aún por descender, largo, muy largo, o por lo menos esa fue mi sensación. Nos hidratamos con cerveza macerada para regular PH, saludamos a unos rapaces de Oviedo muy majos y seguimos camino a Tuiza. Otra de mis reflexiones era “El por qué hay que cumplir siempre la hora prevista” En esta ocasión ya estaba yo para modificarla. Siempre rezagada, con las rodillas destrozadas, pero el alma recompuesta y con la esperanza de que la próxima vez, la montaña me brinde una cara más amable. Entre cervezas, risas y anécdotas concluyó una jornada intensa de 7 horas de montaña, que más tarde confesarían que había sido una de las más duras de todo el año.
Ya me quedo más tranquila, pero no por ello disminuye mi sonrojo.
Aquí dejo constancia de mi aventura con este grupo “loco” un equipo humano cañero, valiente y arriesgado, con una profesionalidad sobresaliente, con un sentido de la responsabilidad que roza la excelencia y una consciencia de los peligros que solo deviene de una sobrada experiencia. Un equipo admirable por todo lo dicho, pero principalmente admirable, por su calidad humana; no escuche una mala palabra, no vi un mal gesto, una queja; solo percibí satisfacción, consenso, sentido del humor, amistad, ánimo y ayuda mutua. Por ello os dedico estas letras, y reitero, con el único propósito de mostraros mi más profundo agradecimiento y dejar constancia de la grandeza del Club de Montaña Teleno de la Bañeza. Considero que vuestra experiencia y sobre todo, vuestra calidad humana os legitima para denominaros como “GRANDES”.
Asun, Estrella, Ana, Juan Carlos, Miguel, Domingo, Tello, Javi, Marco, Jordi, Lino y todas aquellas personas que formáis parte de este equipo.
Muchas gracias y hasta la próxima.
PD. Juan Carlos, prometo no engordar; aunque a ti, te sobra pistonada y media para tirar por otras tres como yo.